Ed y Lorraine Warren enfrentan su caso más perturbador: una familia atormentada por una presencia demoníaca que se manifiesta a través de objetos, voces y rituales oscuros. Mientras intentan salvar a los Smurl, los Warren se ven obligados a confrontar no solo al mal, sino también el peso de su propia historia.  

El Conjuro 4: Últimos Ritos, dirigida por Michael Chaves, marca el cierre de una franquicia que definió el terror moderno. Doce años después del debut de los Warren en la pantalla grande, esta última entrega no busca reinventar el género, sino rendir homenaje a lo que hizo especial a la saga: el vínculo emocional entre sus protagonistas, el terror atmosférico y la tensión construida con paciencia.


Vera Farmiga y Patrick Wilson regresan con la química que ha sostenido toda la franquicia. Sus interpretaciones siguen siendo el corazón de la historia, y aunque el guion no les da tanto espacio para evolucionar, su presencia aporta credibilidad y calidez. La incorporación de nuevos personajes, como Judy Warren (Mia Tomlinson) y Tony Spera (Ben Hardy), amplía el universo sin desviar el foco.

La dirección de Chaves, que en entregas anteriores había sido cuestionada, aquí se siente más segura. Hay secuencias de suspenso bien logradas, con uso inteligente de la oscuridad, el sonido y los silencios. No alcanza el nivel de maestría de James Wan en las dos primeras películas, pero sí entrega momentos que hacen saltar al espectador y mantienen la tensión.  

El ritmo narrativo es irregular por momentos, especialmente hacia el clímax, donde la resolución se siente más emocional que explosiva. Sin embargo, eso no le resta valor: el enfoque está en cerrar el ciclo, no en superar lo anterior. Y en ese sentido, la película cumple.  

Con una duración de 118 minutos y clasificación B15, El Conjuro 4: Últimos Ritos no es la mejor de la saga, pero sí una despedida respetuosa. Tiene escenas que se quedan en la memoria, sustos bien ejecutados y una atmósfera que recuerda por qué esta franquicia se convirtió en un referente.  

Y lo más importante: deja la sensación de que los Warren se despiden con dignidad. No con estruendo, sino con una última mirada al abismo que ellos aprendieron a enfrentar.


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Jose Urbina

Fan del horror. Voy al cine todas las semanas y me gustan las palomitas de Doritos.

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